martes, 10 de diciembre de 2013

Cuento (I)

Los juntó un mismo viento, en un lugar inesperado y poco común para ambos. Él se había resignado de tanto perseguir estrellas que sólo brillaban intensamente por su lejanía, por su carácter inalcanzable. Ella se había cansado de arder en un infierno que sólo dejaba cenizas y quemaduras imborrables. El viento los arrastró contra la tierra, ambos mordieron el polvo del desencuentro, mezclando polvo de estrellas y de cenizas, uniéndose en un polvo que ardía y brillaba diferente al resto. Se encontraron…

Sus miradas se encontraron, y al rato sus labios. Se conocieron al instante, sin saber quiénes eran, ni de que mundos provenían. Era raro, pero cierto. Se conocían desde siempre, aunque nunca se habían visto. Sus miradas no mentían. Pronto quisieron tantear sus cuerpos, y esculpir con el tacto la esbeltez de sus figuras, para dejar rastros indelebles grabados en la memoria, porque ambos sabían que habían encontrado lo que buscaban: una imagen a la que recurrir en sueños, una piel con la que mitigar el deseo, con la que potenciar la locura.

Aun estaban separados por un trayecto de mirada, los labios gritaban en silencio pidiendo saciar la sed eterna en la boca del otro. Él comenzó a acercarse hacia ella sin siquiera pensarlo, avanzó poseído por la fuerza de sus ojos, sabiendo que si daba un primer paso terminaría llegando hasta el final de su alma. Ella se entregó por completo al poder de su mirada, cada paso que él daba ella lo sentía en su pecho, coincidiendo con los latidos violentos de su corazón cautivo. Se sentó frente a ella, cara a cara, y durante unos segundos -tan eternos como fugaces-,  leyeron en sus ojos, mirándose fijamente, el pasado y el futuro de sus vidas, y se entregaron al presente uniéndose en un beso, conociendo por primera vez sus cuerpos a través de sus labios.


R.B.

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