
En el camino - fue durante la tormenta, la que azotó con ansias destructivas ese otoño particular de 1906 -, en el camino, repito, encontré a un hombre sepultado por la lluvia. Hacia horas que el torrente no menguaba, e imagino que por el lodo que cubría sus botas llevaría horas durmiendo entre los charcos. Su cara se encontraba barnizada por el oscuro barro, tan fértil y sagrado para nosotros los habitantes de Provenza, que no pude reconocer de quien se trataba. Tampoco es que en Aix-en-Provence viviesen pocos campesinos, pero yo que me dedicaba al comercio del grano y repartía el correo de la zona, conocía a cada uno de sus habitantes como a mis hijos, y eso que tenia once. Lo subí al carro inquieto por creer que se trataba de un finado, sin embargo aún se le oía respirar entre su barba marrón con atisbos blancos – mezcla de lodo y edad -. Sin lugar a dudas se trataba del pintor, luego con tantas visitas en busca de su hogar por parte de artistas peregrinos supe que se llamaba Paul, pero por aquel entonces en el pueblo lo llamaban el pintor. Vivía en una gran casa bastante ruinosa, el típico hogar de una familia de comerciantes en decadencia, a la que de vez en cuando acudía a entregar algún paquete procedente de París. El hombre siempre me recibía con las mismas palabras, esclavas de su timidez: - Bonita tarde – y yo, con mi habilidad de mercader respondía jugando con su oficio: - Así es, parece un lienzo -.Y ustedes se preguntarán como es que no conocía su nombre siendo su cartero. La verdad es que siempre respeté la individualidad y la propiedad de las personas, eso me enseñaron mis respetables padres, así que sólo me conformaba con saber la procedenciay el destino de las cartas para luego imaginar toda una historia detrás, actividad propia de un escritor frustrado como es mi caso.
Rápidamente azoté a mis caballos con la furia que produce la desesperación y comenzó la batalla contra Dios y la muerte, el viento me atacaba de frente mareando a los equinos que zarandeaban sus crines intentando esquivarlo, pero nunca deteniendo su marcha. ¿Qué habría hecho este hombre para merecer este castigo, para ser sepultado por la tormenta mediante este ritual profano? No encontré una rápida respuesta porque mi atención ayudaba a mis ojos a avanzar en el camino. Llegamos, por suerte, al pueblo, cuyas calles gritaban de espanto acosadas por el vendaval. No había rastro de gente por la grand-rue, hasta la taberna se encontraba cerrada. Cuando accedí a su calle desde la distancia percibí su casa, con ese pórtico clásico devorado por las hiedras, contrastando con un cielo abominable propio de un cuadro de Goya. Golpeé su puerta con su cuerpo en mis brazos y el miedo en mis huesos, mientras el ama de llaves hacia su aparición por la ventana con su rostro blanco -por el temor a la tormenta- y pronto morado por la aterradora visión. Abrió la puerta y entramos hasta el pasillo, subimos las escaleras y dejé al hombre en una cama que crujió quizá más fuerte que el cielo. La mujer una vez recobrado el sentido me incitó a que me quedara mientras durase la tormenta, pero argumenté que debía acudir a mi casa y cuidar de mi familia.
Al descender por la escalera puede observar al fondo del pasillo iluminado por un conjunto de velas tenues algo que atrapó mi atención. Un hombre permanecía inmóvil, sentado en una silla, con el rostro sereno y un sombrero de paja, como el que utilizan los jornaleros italianos cuando vienen a cosechar a Francia las amapolas. Con la señora detrás no pude detenerme a observar su silueta con detenimiento y una vez llegué a la puerta me giré y le pregunté si además del pintor había alguien en la casa. La mujer respondió que no: -Sólo el señor Cézanne y su tormento-.
Así que abandoné la casa, despidiéndome de la sirvienta y diciéndole -mientras ella me agradecía una y otra vez- que rezaría por la vida del enfermo. Arreé mis caballos y en el camino de regreso, mientras la tormenta menguaba, me pregunté que vi al final del pasillo. No lo dudo, alguien más había en la casa, era un hombre, grácil y calmoso, lleno de vida y color.
(Basado en la vitalidad y inspiración producida por el cuadro de Paul Cézanne: Retrato de un campesino)
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